domingo, 4 de marzo de 2018

El Kleinmarkthalle (segunda parte)

Si les soy sincero, hace una semana a estas mismas horas, mientras les escribía sobre mi querido Kleinmarkthalle, uno estaba deseando desaparecer temporalmente de la faz de la tierra. Pero no se asusten -mi poder dramaturgo es así de superlativo-, simplemente llevaba unos meses navegando en un terreno laboral delicado y necesitaba respirar, así que había decidido evadirme y poner pies en Polvorosa -más bien en San Francisco- para producir la segunda parte de "la aventura americana".

Pero de repente, cuando menos lo esperaba, una llamada lo cambió todo. La situación laboral parece que quería volver a encauzarse. Colgué y sentí un chute de energía positiva. Obviamente los preparativos de la película americana -dicen que segundas partes siempre son mejores que las primeras- quedaron automáticamente postpuestos para más adelante. El más adelante, si Lola así lo dispone, será en el dos mil diecinueve. Y como este blog seguro que sigue abierto para entonces, pues ya les contaré.

Total, que esta semana hemos seguido disfrutando de la city y, por supuesto, ayer acudimos a misa, digo al Kleinmarkthalle, junto con la Diosa del glamour -sí, la de la mochila naranja- y Benji -un alemán empático lleno de sentimientos que me enganchó desde el primer día que lo conocí-.

Kleinmarkthalle: ¿Ven las oxitocinas revoloteando por las cabezas?
Les diré que ayer las oxitocinas de la gente estuvieron especialmente revolucionadas y hubo varios intentos de "sube por la banda, regatea, pasa, tira, gira, empuja, entra, ataca y ...¡uy! ¡fuera!" De verdad, la gente no se corta un pelo, ni dos, pero bueno... Cuando alguien se pone a hablar contigo, tú sonríes, brindas, prestas la atención justa -siempre hay que ser educado- y...

- No, no, gracias. No estoy interesado. Sí, estoy casado y tengo tres hijos, pero están todos en España-. Vuelves a sonreír y, como normalmente a la primera no suele funcionar, vuelves a repetir el discurso.

- No, no, de verdad, no estoy interesado, muchas gracias. Sí, sí, soy español. Mi acento, ¿verdad?- En este punto, la persona anónima siempre tiene necesidad de demostrar su dominio del español. -¡Muy bien! Pues nada, yo aquí, perdido en Alemania por cuestiones de trabajo... Seis años ya, buff, sí, mucho tiempo. ¿Que qué hago aquí? Pues beber vino... ¡Ah! ¿En Alemania? Pues no lo sé, con el tiempo tan bueno que hace en España ¿verdad?... Seguro, de verdad, no estoy interesado. Casado y dos hijos, digo ¡tres! Muy complicado, sí... Pues nada, zum Wohl (el brindis teutón). Zum Wohl!

En ese momento se suele producir una oda a Dioniso con incorporaciones colindantes y alto riesgo de rotura de copas, pero cuando perciben que no hay interés -creo que lo de los tres hijos no ha colado-, deshacen la banda y buscan otra portería.

Lo sé, lo sé, para mentir y comer pescado hay que tener mucho cuidado. Mi nariz, ya de por sí de un tamaño considerable, suele crecer un poquito más con estas situaciones, pero qué le vamos a hacer... Cuarentón y solterón, ¡qué suerte tienes ladrón! ¿Será Dioniso? ¿Serán los antioxidantes? ¿Será el jabón de leche de burra? Pues no lo sé, pero ayer sudamos la camiseta. Por cierto, empiezo a desesperarme porque no encuentro la burra y la piel se me está acartonando...

Pero, ahora en serio, les diré que esta semana he vuelto a sentir una emoción que tenía demasiado tiempo olvidada: ilusión.

Y como la ilusión mueve el mundo -junto con el petróleo, la energía eléctrica y el armamento nuclear- y dado que de momento no puedo volar a los "iuesei", he decido sacar del baúl de los recuerdos -antes de que Dora decida vaciarlo- un sueño que gracias a Dioniso pude cumplir el año pasado: Japón.

La semana que viene nos teletransportaremos todos juntos de la mano a la primavera floreada de Tokio 2017.


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