domingo, 25 de febrero de 2018

El Kleinmarkthalle

No hay vida más allá del Kleinmarkthalle; por lo menos en esta city. Punto y aparte.

Qué exageración, ni qué ocho cuartos -dos-. De verdad, bajo mi humilde y daltónico punto de vista, el Kleinmarkthalle debería ser declarado patrimonio de la sociedad hispano-teutona-internacional, si este título nobiliario existiera como tal, que creo que no.

Y ustedes, mis queridos lectores surrealistas, se preguntarán: ¿qué carajo -si el grajo vuela bajo- es el Kleinmarkthalle? Yo les cuento.

El Kleinmarkthalle es un mercado artesanal sito en el centro de esta mi city de residencia, reconstruido e inaugurado en 1954 -el original no aguantó las bombas de la Segunda Guerra Mundial- y que atesora productos de lo más variopinto, traídos de los lugares más recónditos de la faz de la tierra.

Ustedes se acercan al Kleinmarkthalle con su carrito de la compra vacío y, así como quien no quiere la cosa, regresan a sus casas con el carrito lleno de especias persas, salmones noruegos, quesos franceses, vinos españoles, miel de su colmena, salchichas alemanas, chocolates suizos, tulipanes holandeses, frutas y hortalizas de vaya usted a saber qué huerto... Vamos, un poquito de todo. Eso sí, todo a precio nada módico. Avisados quedan.

Menudo batiburrillo de antioxidantes
Este españolito se aprovisiona normalmente del azafrán más caro del mundo -mis paellas son así de pizpiretas- y de un jabón de leche de burra, rico en omega 3, ceramidas y vitamina A, que le proporciona a mi semblante una textura fuera de lo común. "Creo que me he pasado un poco".

Alguno de mis queridos lectores surrealistas recordará que este españolito es seguidor incondicional de cualquier producto que vaya acompañado de la palabra antioxidante -por ello de amortiguar el devenir de los años-. Es leer antioxidante y Dora -mi neurona selectiva- se vuelve loca.

Y, claro, desde que leí que Cleopatra utilizaba jabón de leche de burra para purificar su imperial body, me dije a mí mismo, pues yo también. Ya ven la profundidad de mis lecturas de noche. Aunque, más que el extinto imperio egipcio -que también-, lo que realmente me cautivó del jabón lácteo de burra fue sencillamente su olor neutro y su suavidad. Últimamente estoy en un sin vivir porque se han agotado las existencias y no encuentro dónde amamantan la burra. En fin...

Pero, a parte de jabones, frutas y hortalizas, lo que más me gusta del Kleinmarkthalle, el cual frecuento muy frecuentemente -entramos en resonancia-, es el balcón y la plaza exterior donde la alta, media y baja sociedad de la city se juntan para honrar a Dioniso. Ahí estamos todas, altas, medianas y bajitas, absorbiendo vino y vitamina D del sol como si no hubiera un mañana; eso cuando el susodicho se digna a aparecer, porque no se crean ustedes que el astro rey es muy generoso por estos lares.

Con las gélidas temperaturas que estamos disfrutando últimamente, uno siempre tiene la misma reflexión: "este frío polar tiene que ser buenísimo para el cutis pero, ¿no deberíamos estar tomando un café con leche o un chocolate con churros?" Pues no, ahí estamos todas cantando nuestras plegarias a Dioniso: alabaré, alabaré... Claro, con el efecto del mismo, se pueden imaginar ustedes el trajín de oxitocinas pa'rriba, pa'bajo, pa'un lado y pal'otro...


No sé si el ayuntamiento de la city habrá declarado ya el Kleinmarkthalle como lugar de interés turístico internacional, pero si no, queda declarado como tal desde este mismo momento.

De verdad, si alguna vez se pierden por la city, su visita es de obligado cumplimiento. Experimentarán una liberación de los sentidos. Este españolito asentado en la city -lo de asentado ya lo analizamos en otro momento- les esperará por ahí con los brazos abiertos y una copa de vino en cada mano.

La uva es antioxidante.


Kleinmarkthalle: Klein: pequeño; Markt: mercado; Halle: pabellón



domingo, 18 de febrero de 2018

La gripe

Sí, la gripe me ha tenido atrapado en sus tentáculos estos últimos días, pero bien atrapado. Me imagino que simplemente soy uno más de los miles de afectados que hay por ahí dando tumbos con este virus cojonero tentaculeando, pero bueno, es lo que hay...

Sinceramente uno ya está acostumbrado a caer resfriado por lo menos una vez al año, y eso que soy pro-suplementos vitaminados, pero lo de este año, de verdad, ha sido de una intensidad casi preocupante.

¿Han mutado los virus? ¿Se han hecho los muy puñeteros inmunes a la miel? ¿Les encanta ahora el jengibre? ¿Se descojonan desenredan de risa ante un empacho de sopa de pollo con verduras? Se las saben todas los muy capullos. No sé lo que será, pero la realidad es que he estado diez días en un estado catatónico, de esos de "prepara el testamento que se acaba el mundo".

Esa sobre producción de mucosidad nasal que no hay manera de hacerla fluir. Esa tos que, claro, se atasca en tu propia mucosidad. Desorden total en primera línea de batalla defensiva en un intento estéril por expulsar a los agentes externos. Esa cabeza que protesta sólo por querer ver lo que pasa a tu izquierda o a tu derecha. Esos inocentes lacrimales activados intentando reforzar la primera línea de batalla. La sala de máquinas sudoríparas echando humo. La comisura de la nariz agrietada y con un tono de piel rojizo totalmente indisimulable. Ríete tú del deterioro de las pinturas de Sijena. Te miras al espejo y piensas: ¡menudo cuadro! Cuando pase todo esto me hago un lifting facial urgente.

Y así, entre pollos, frutas y hortalizas, pasaron los años, digo los días; que se me han hecho muy largos lo últimos diez. Ya les digo yo que eso de que "todo resfriado se cura con antibióticos en siete días y sin antibióticos en una semana" se ha quedado obsoleto. Los nuevos virus resisten más y se adueñan del castillo por lo menos diez días, así que si les pilla uno de ellos, ármense de paciencia y lean. Cuando pase todo, pongan la música en alto y desinfecten bien sus casas. El felpudo de la entrada lo tienen que sacudir. Esto último no hace falta que lo hagan porque realmente no sé muy bien para qué lo he escrito.

Yo de momento me voy a tomar un vino al Kleinmarkthalle -uno de mis sitios favoritos de la city- para ir reconciliándonos con Dioniso, que seguro que ha estado preguntando últimamente dónde se ha metido el españolito. De este lugar les contaré la semana que viene porque, de verdad, no tiene desperdicio.

Kleinmarkthalle: da igual el tiempo que haga, que siempre estará a rebosar

En fin, mis queridos lectores surrealistas, que en ese balcón de la foto estamos de nuevo sanito y coleando, más coleando que sanito, pero bueno... bastante recuperados ya. Les confesaré que vivo en un sinvivir esperando la primavera como agua de Abril, que la acumulas en un barril y así, en Mayo, tienes aguas mil mientras te pones el sayo en la cabeza en plan turbante. Aunque recuerden que el agua que has de beber es mejor dejarla correr, o no, según la sed que tengas en ese momento, total, siempre llueve a gusto de todos. Y si no llueve hoy, pues ya lloverá mañana. Me encanta el refranero español:

"Al que trabaja y anda desnudo, ajo y vino puro".

Ya ven, consecuencias febriles de la gripe. Nos vemos la semana que viene en el Kleinmarkthalle.

¡Pasen buena semana!